Nació bajo la luna el cobijo del invierno, un 11 de octubre de 1961, un día en que según mi padre llovía como si se estuviera cayendo el cielo. Fue el miembro número dos de una humilde familia formada por un pescador de nombre Eulalio y una amorosa madre llamada Julia.
Fue recibida por las manos de una partera y de la Tía Cande, hermana de mi padre, quien siempre fue la tía consentidora.
En día que Zenaida nació fue un día de alegría para “Doña Julia”-así le apodaban los vecinos de la cuadra a mi madre-ya que no solo había traído al mundo a una hermosa niña sino además tendría una “compañerita” de vida.

Aquellas manos maltratadas por el trabajo arduo y las labores de casa no impedían nunca que Doña Julia se diera un descanso para platicar y dedicarle un poco de tiempo a su nueva compañerita. A Zenaida le encantaba pasar tiempo con mamá, desde muy chica aprendió las labores básicas del hogar, le gustaba pasar tiempo observando como mamá cocía el maíz para las tortillas o molía el cacao para el chocolate que ella misma preparaba.
Zenaida se deleitaba con los olores de la cocina de mamá y de paso aprendía, ya que decía mi padre que toda mujer debía saber dos cosas: cocinar y zurcir los calzones de su marido. Respecto a esto Zenaida no sabía mucho pero siempre atesoraba pasar tiempo junto a su madre, aunque también se daba tiempo para jugar, como todo niño a su edad.
Por ahí de la edad de 10 años Zenaida convivía con los primos Conrado y David, los hijos mayores del tío Emilio y con Eduardo el mayor de los hermanos de la familia Mateos Velázquez.
En aquel tiempo la abuela Juana aún vivía, compartía la casa de mis padres y aunque era una mujer muy enérgica quería a cada uno de sus nietos. La abuela Juana vendía tamales y salía todas tardes a vender.

Un día sin luz…
Uno de esos días la abuela había salido a vender como siempre y al volver había encontrado a todos los nietos jugando en las dunas de tierra que estaban a la entrada de la casa. Me contaba Zenaida que ese día se había ido la luz y la abuela los había hecho meterse a la casa. Uno de mis primos, David, el más pequeño le temía a la oscuridad y temblaba de miedo. La abuela Juana les había dicho: ¿Quieren que les cuente acerca de los chaneques? – los llamados duendes en Veracruz-, mis primos habían dicho que no, sobre todo David que estaba muerto de miedo, pero Zenaida había insistido, así que en medio de la oscuridad la abuela Juana había terminado contando como los chaneques, personajes diminutos y de apariencia infantil habían perdido a muchos niños en los bosques o matorrales. Después de varias historias la abuela los había dejado estupefactos, como si en lugar de un cuento les hubiera contado una película de terror. Zenaida me contaba que a partir de esa fecha jamás había insistido en que la abuela Juana le contará una historia pues aquella noche no había podido dormir.
Con el paso de los años nacieron Hortensia, Armando y Eugenia, otros compañeros de vida de Doña Julia y Don Eulalio. Y finalmente un septiembre nací yo, la última del clan, la consentida de mamá, según decían mis hermanos. En aquel tiempo Zenaida tenía ya 15 años y había aprendido perfectamente las labores del hogar, se había convertido en la mano derecha de mi madre al grado de que mi madre, Doña Julia, delegaba muchas cosas en ella, como la realización de la comida o el cuidado de mi persona.
Como les había contado, para mi padre lo más importante es que una mujer supiera cocinar y zurcir los calzones del marido, así que a Zenaida solo le hacía falta aprender a costurar. No tan convencida, pero ante la imposición de mi padre aprendió el oficio de la costura, un oficio que aunque al principio no le gustaba le ayudaba para generar ingresos en la casa, pues el dinero que papá aportaba no era suficiente para dar sustento a 6 bocas.
Aun a pesar de vivir una infancia y adolescencia difícil, por la falta de recursos económicos, Zenaida nunca perdió la alegría de la vida, le gustaba hacer bromas a diestra y siniestra.

Solo era broma…
Como les he contado, yo fui concebida después de 6 años del nacimiento de Eugenia, quien según me contaba Zenaida, era la niña consentida. Un día en que Eugenia y yo peleábamos por un juguete Zenaida se acerco a tratar de calmarnos, Zenaida le decía a Eugenia que tenía que darme el juguete por ser la más pequeña pero Eugenia no entendía porque si ella era la consentida tenía que dármelo, Zenaida entonces se acerca y le dice al oído, es que tu eres la recogida, a ti te trajeron en un canasto y te dejaron en la puerta de la casa, soltándose la carcajada, obviamente esto era una broma que le valió a Zenaida un fuerte regaño de mi madre, pues Eugenia como toda niña no dejaba de llorar, aunque Zenaida siempre contaba esta anécdota con una gran sonrisa.
La muerte de mamá
Al llegar a sus 25 años Zenaida tuvo que enfrentar uno de los dolores más fuertes de su vida, mamá había enfermado de un cáncer muy agresivo que había invadido rápidamente todo su cuerpo. No se lo que habría pensado ni lo que habría sentido, pero sin duda eligió ser fuerte y apoyar hasta el ultimo aliento a mi madre. Le procuro como pocas hijas, fue su enfermera durante sus 6 meses de agonía. Sin duda ese acto de amor debió de haberle ganado un pedacito del cielo donde quiero pensar que esta hoy.
Al morir mi madre Zenaida tomó el papel de matriarca de la familia, un papel sin duda muy importante, pero también con mucha responsabilidad. Un papel que la hizo sacrificar su papel de mujer pero que suplió con una dedicación y amor a cada uno de los miembros de la familia.
Un doloroso episodio…
La muerte de mamá fue sin duda uno de los episodios más dolorosos para cada uno de los miembros de la familia, pero hasta en esos momentos hubo momentos de alegría.
Como les he dicho, éramos 6 en casa, Hortensia ya se había casado y había formado su propio hogar, los que quedábamos en casa nos repartíamos el trabajo de casa, pero la comida siempre la preparaba Zenaida. En aquella época Zenaida era cajera en un centro comercial y se daba tiempo para las labores del hogar.
La herencia de mi madre habían sido unas gallinas que eran parte de la canasta básica cuando no había dinero para comprar comida. Un día en que Zenaida no había tenido tiempo para guisar la comida le dijo a Eugenia: hoy te vas a encargar tu de la comida porque ya no me dio tiempo, busca en el refrigerador que hay y lo guisas.
Eugenia que estaba un tanto adormitada no entendió bien la instrucción, pero al salir al patio encontró en uno de los lavaderos una gallina muerta. Eugenia supuso que Zenaida la había matado y la había dejado ahí para que la preparara. Así que Eugenia hizo una gran olla de caldo, todos comimos delicioso ese día.
Pero cuando Zenaida regreso del trabajo vio con extrañeza la olla de caldo y le dijo a Eugenia: tu mataste una gallina, que bien hermanita, Eugenia sorprendida le dijo: no hermana yo no mate nada, tu me la dejaste y yo solo la preparé.
Zenaida nunca dejó una gallina muerta, nadie supo la misteriosa muerte de la gallina, pero después de ese día todos reíamos al recordar que nos dimos un gran banquete gracias a esa gallina.
Edad adulta, un camino de perdón y amor…
Los años pasaron y cada uno de mis hermanos se fueron casando, hasta que solo quedamos en casa Zenaida y yo. A la llegada del climaterio Zenaida vio su vida pasar y por un momento se arrepintió de no haberse dado la oportunidad de tener hijos y haber formado su propia familia. Sin embargo, con la fortaleza que siempre la caracterizó aceptó que su misión en la vida había sido mantener unida a la familia y en un sentido más profundo, creo yo, que su misión fue ayudarnos a sanar enseñándonos siempre el camino del perdón y del amor.

Nunca fue una mujer muy religiosa, pero si espiritual, no solo le gustaba ayudar a sus mas cercanos, siempre se daba el tiempo para cuidar a algún enfermo, repartía su tiempo entre sus sobrinos y sus amistades, claro que también le gustaba la rumba y tomar sus “chelitas” como ella siempre decía. En cada cumpleaños siempre nos sorprendía con una comida y un pastel. Se había especializado en la repostería, pero su comida sin duda era un manjar para el que lo probaba, pues como ella siempre decía tenia el toque especial del amor.
Aprendió el oficio de la costura, pero también fue bordadora, tejedora, repostera, enfermera, amiga, madre, hermana, sobrina, pero sobre todo una gran maestra de vida. En su edad adulta cosechó muchas buenas amistades con las que siempre departía.
Muchas veces la vi quebrarse por sentirse sola pero también la vi levantarse día a día dando gracias a Dios y haciendo en esfuerzo por seguir adelante. Disfrutaba mucho de las reuniones familiares, platicar, cocinar para su familia era lo que más disfrutaba pues se sentía amada y rodeada del cariño de cada uno de los que la queríamos.
El final de una vida
El 3 de mayo del 2020 su cuerpo abandonó esta vida terrenal para ascender a una mejor vida. Hasta el último momento de su vida nos demostró la fortaleza y el amor que le tenía a su familia.
Hoy, Zenaida no esta físicamente con nosotros, pero vive a través de su legado de amor. Esta presente en una plática, en una comida, en un atardecer en la playa, en el canto de un pajarillo, fortaleciendo por siempre el lazo de amor que más que familia nos hace compañeros de camino.
