Acompañar y ser Acompañado, un estilo de vida especialmente necesario hoy.

Acompañar y ser Acompañado, un estilo de vida especialmente necesario hoy.

Sonia González Iglesias.
Directora del Programa Internacional en Acompañamiento. UFV.
 
No puedo empezar este artículo sin una felicitación por su Aniversario y un agradecimiento sincero a la Fundación Acompaña. Ya son 15 años comprometidos en acompañar a familias en situaciones muy dolorosas, radicales, verdaderamente desafiantes. La pérdida de una vida a la que amas con toda tu alma supone un desgarro existencial difícil de comprender, pero, sobre todo, difícil de sobrellevar. Y, precisamente, es el amor el único antídoto a un aparente sinsentido que parece llenarlo todo, o más bien, vaciarlo todo.
La Fundación Acompaña quiere ser parte de ese antídoto, ofreciendo un acompañamiento lleno de amor y de esperanza a aquellos padres, familiares y amigos… que están viviendo un proceso de duelo. Con gratuidad, con donación, desde la experiencia. Rebeca y Salvador, los fundadores, pueden dar fe de ese dolor tan intenso por la pérdida de un hijo en la flor de la vida y, al mismo tiempo, y, con la misma certeza, dan testimonio de que el apoyo incondicional de familiares e incluso desconocidos, a través de oraciones, de muestras de cariño, de horas en silencio…es fuente de una inesperada e inexplicable paz que transfigura el dolor en gozo. Son testigos de cómo el Amor con mayúsculas, el mismo Dios, se hace presente y se encarna en miradas, manos, abrazos… de tantas personas que salen al encuentro de este sufrimiento.
Y ante este tipo de experiencias, nos podemos preguntar:
¿cómo es posible esto? ¿qué hay en el acompañamiento que pueda generar esa paz y ese dolor gozoso? ¿cualquier tipo de acompañamiento es suficiente? Estamos en un momento histórico en continua transformación, lo que llamamos la cuarta revolución industrial, que trata de solucionar cualquier necesidad humana a golpe de clic. Parece que la Inteligencia Artificial tiene la pretensión de salvar a la humanidad, de aprender, razonar, tomar decisiones y resolver problemas de manera similar a como lo haría un ser humano, de desarrollar sistemas que puedan comunicarse con las personas para mejorar su vida en diferentes ámbitos, también en el de la enfermedad, el dolor, el sufrimiento… De sustituir al ser humano…Quizá ahora más que nunca, cuando la realidad virtual puede llegar a desvirtuar la concepción de la realidad misma y su relación con ella, es fundamental explicitar la necesidad que tiene el ser humano de ser acompañado por otro ser humano.
Y ¿por qué es necesario el acompañamiento? Pues por algo tan sencillo y profundo como esto: la persona es un ser-de-en-cuentro; nace, crece y se desarrolla en relaciones de encuentro con los demás, consigo mismo, con la realidad, con lo trascendente (López Quintás 2002, 195-97). Estas relaciones son las que van entretejiendo nuestras historias y nos permiten vivir con sentido, con amor, con anhelo de plenitud. El ser humano es fruto de un encuentro; su esencia y fin, el encuentro con los otros y con el Otro. Tiene sentido que nuestra vida se haga, se configure, a través de encuentros. No es opcional, es parte de nuestro modo de ser y de crecer.
Etimológicamente acompañar proviene de cum-panis, compartir el mismo pan. Significa poner en juego ambas vidas, con sus diferentes grados de experiencia, para llegar a un conocimiento mutuo. Acompañar es compartir camino y experiencia.

 

Efectivamente, acompañar guarda una relación semántica con la palabra camino, pues no es otra cosa que caminar junto a otro. El ser humano es un homo viator, el único ser que viaja. Somos esencialmente dinámicos, en crecimiento durante toda nuestra vida, tensionados entre lo que somos y lo que estamos llamados a ser. Es cierto que no tenemos trazada una ruta inequívoca, sino que más bien llevamos inscritos anhelos, preguntas -quién soy yo, qué espero de la vida, dónde buscar mi plenitud, cómo amar y sufrir- que nos movilizan y nos convierten también en homo quarens, alguien que desea respuestas. ¡Y cuánto duele este deseo cuando pierdes a alguien que amas radicalmente! Fue Frankl quien acuñó la expresión tan sugerente de voluntad de sentido: aquella que impulsa a la persona a la búsqueda de razones para vivir. No se puede vivir en la conciencia del no-sentido absoluto, tampoco la pérdida de un familiar.

En esta tarea de vivir nadie puede ser sustituido, pero necesitamos ser acompañados. Paradójicamente sólo yo, pero no yo solo, puedo vivir. Y es ahí, donde el otro se nos desvela como alguien necesario.

Ahora bien, el camino del crecimiento es largo e ilimitado. Ilimitado en el sentido de que la vida no deja de presentarnos oportunidades para seguir creciendo. Si el crecimiento es ilimitado, el acompañamiento que lo sostiene también. El acompañamiento se convierte así en un camino de encuentro y desencuentros orientados a la plenitud de la persona. Esta es la naturaleza propia del acompañamiento y su grandeza: su capacidad de generar encuentros transformadores entre acompañantes y acompañados. El acompañamiento, por tanto, no es unidireccional sino reversible. Nos pasa algo. Se da una reciprocidad como en todo encuentro, dar y acoger. Pero en este caso hay también «disimetría»: cada uno de los implicados tendrá una misión específica. En el caso del acompañante, tiene una experiencia y sabiduría de vida que pone al servicio del acompañado. Ciertamente con mucha humildad, con la conciencia de la propia limitación, pero con la fuerza del amor desinteresado por el otro. Surge aquí la responsabilidad de formarse bien, de prepararse para una misión tan vocacional como desafiante.

La importancia de este acompañante es esencial, sobre todo, para acreditar con su propia vida que este camino es posible. En este sentido, el acompañante está llamado a comunicarse a sí mismo, salir de sí y ofrecerse a los otros, expresarse. Las inquietudes y sufrimientos existenciales de los acompañados no tienen como respuesta sólo unos contenidos. La respuesta es otra vida: la de aquél que le acompaña y que se pone en camino con gratuidad y comprometido con el destino de su acompañado.

El acompañamiento es, en este sentido, el encuentro de dos libertades. Acompañar a personas exige contar con algo que está justamente en el núcleo de la condición personal del ser humano: la libertad. Un acompañamiento que no parta de un amor y un respeto profundos por la libertad del acompañado tendrá de “personal” sólo el nombre. Es incompatible con un verdadero acompañamiento personal todo afán de control, dirigismo, paternalismo, condescendencia, sobreprotección, escándalo ante los errores del otro… Se trata de actitudes que no respetan la condición personal del acompañado porque no respetan su libertad.

Y ¿cuáles serían las condiciones esenciales para acompañar? Las sintetizamos en cuatro, como si de puntas de iceberg se trataran. Bajo estas condiciones, existen y conviven muchos valores que las hacen posible. Son condiciones vitales, que las “llevas puestas” allá donde vayas configurando un estilo de vida: mirada, escucha, perdón y esperanza:

  1. Una mirada profunda, el paso del ver al mirar. Para acompañar, necesitamos ejercitar una mirada, con capacidad de escrutar la realidad desde dentro, especialmente la realidad del sufrimiento, y, desde una actitud reverencial, descubrir en ella toda su verdad y su riqueza. Pasar de una mirada limitante, que ahoga o controla, a una mirada honda, que no se quede en las apariencias y penetre hasta la riqueza de lo real. (López Quintás 2014, 612-13)
    Una mirada posibilitadora que confía, verdadera, que da alas, que descubren lo valioso de lo que somos y nos empuja a decidir seguir caminando hacia adelante, con confianza y esperanza.
  2. Una escucha integral, el paso del oír al escuchar. Capaz de oír con especial intensidad a la realidad entera, al dolor, al miedo, a la rabia, al deseo de trascender…a la persona entera. La escucha se engendra en una actitud de acogida y comprensión. Ésa es la pretensión de escuchar: aguardar, acoger… es una espera eminentemente activa, no indiferente o pasiva. Y para ello, es necesario aprender a hacer silencio, vaciarse de uno mismo para abrirse activamente a lo que sucede en el otro, dejar resonar en el interior la voz del otro. Ensayar el silencio, sin ansiar soluciones rápidas, es todo un desafío. La escucha es una aliada para descubrir y discernir. Sin escucha, no hay encuentro, sin encuentro no es posible acompañar.
  3. El perdón, entendido como el don, un regalo. Somos imperfectos y limitados. Los desencuentros se dan frecuentemente en nuestras relaciones humanas. Por ello, el perdón se convierte en elemento clave para poner bases sólidas y realistas en el crecimiento humano. Un perdón a priori, como condición previa a todo acompañamiento: pedir perdón y perdonar. Y a veces el mayor desafío es el perdón a uno mismo. La experiencia de perdonar supone, por un lado, la purificación de la memoria. Y por otro, llegar a apreciar el valor de la persona que trasciende en mucho el dolor cometido. La experiencia de pedir perdón implica un reconocimiento de la culpa y del mal cometido. Una aceptación de la limitación y, sobre todo, un arrepentimiento sincero. La experiencia de saberse perdonado restituye en el amor, en la confianza, y en la creación de encuentro más profundo y verdadero.
  4. La esperanza, entendida como estado de ánimo por el que se cree que es posible aquello que se pretende. Mounier afirma que «por encima de la espera está la esperanza, más generosa que la espera, porque renuncia a la determinación de las expectativas inmediatas y de los cálculos inquietos para ofrecer una amplia confianza incondicional a un futuro aceptado como radicalmente bueno» (1993, 2:327). La confianza que abraza también la caída, el error, la pérdida, porque no se apoya en que no va a volver a caer o sufrir, sino que puede levantarse y seguir caminando con otros y para otros. Ésta es la esperanza que se necesita especialmente en el sufrimiento, cuando no se puede ni se sabe aún ejercitarla: una mirada esperanzadora para afrontar su presente y confiar en el futuro, para saberse queridos por lo que son hoy y por lo que están llamados a ser mañana.

De estas cuatro condiciones se desprende un círculo virtuoso de autenticidad, generosidad, fidelidad, asombro, paciencia, respeto, estima… de AMOR.

Asumir la tarea de acompañar es todo un reto personal, porque ha de encarnarse estas condiciones en primera persona. Y esto no se improvisa, no es una función ni una técnica. Es un modo de ser, de estar, en definitiva, es una actitud vital. El acompañamiento exige lo mejor de mí y me ofrece lo mejor del otro. Así lo acredita cada uno de los acompañantes que se comprometen con la Fundación Acompaña.

Gracias por querer contar conmigo en este aniversario tan especial. Gracias por sembrar esperanza y convertir en belleza un camino lleno de espinas. Gracias por hacer visible y tangible el amor de Dios entre nosotros. Os necesitamos.

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