El enfrentamiento con el dolor

El enfrentamiento con el dolor

Uno de los misterios que más ha golpeado al ser humano a lo largo de la historia es el enfrentamiento con el dolor. El dolor se impone en la realidad humana y afecta a todas las dimensiones de la vida, tanto a realidades físicas como a la realidad espiritual. El dolor se teje no sólo con el propio sufrimiento, sino también con el acompañamiento a quienes están cerca de nosotros o a quienes amamos y que viven el dolor.

El dolor, el sufrimiento, no son parte del plan de Dios sobre el ser humano. Las grandes religiones siempre han buscado, no sólo explicar el dolor sino, sobre todo, ayudar al ser humano a mirarlo de frente y liberarse de su esclavitud. El dolor no era parte de la armonía inicial del plan de Dios pues, según nos narra el Génesis, en el principio no existían ni el sufrimiento, ni la muerte, sino que todo era bueno (Gén. 1, 31). Sin embargo, el Libro Sagrado nos dice que el misterio del dolor no sólo tiene una vinculación con el mundo físico, sino que alcanza, de modo especial, al mundo espiritual en el que el ser humano toma decisiones y lo hacen relacionarse con el plan de Dios. En la visión cristiana, el dolor se vuelve redentor, deja de ser un “sin sentido” para ser medio de salvación y vida eterna. (San Juan Pablo II, 1984).

Uno de los dolores más profundos que puede experimentar el hombre es la pérdida de un hijo, pues éste es uno de los amores más puros que puede experimentar y ofrecer una persona; esto se debe a que los padres no esperan nada del hijo y le ofrecen su amor sin esperar reciprocidad, buscando hacer siempre lo que consideren más conveniente para su hijo.

Ante la tragedia del dolor Dios nos acompaña, no sólo como espectador, sino como uno de nosotros que nos guía en el camino. Por su encarnación, Dios se hace hombre para vivir y sufrir como hombre, mostrando que Su Amor y Su Providencia siempre nos acompañan.

La revelación cristiana nos muestra la gran cercanía de Jesús a quien sufre: cuando Jesús resucita al hijo de la viuda (Lc. 7,13) muestra su compasión ante estas situaciones tan dolorosas.

Compadecerse, es una actitud muy profunda. Significa padecer con quien padece, no de una forma ajena sino en primera persona. Asimismo, Jesús acompaña a los padres que sufren la pérdida de un hijo, se compadece de ellos y les acompaña en ese momento de sus vidas.


Es iluminador el episodio de la resurrección de la hija de Jairo (Lc. 8, 50) en el que Jesús hace una invitación directa a la fe y la esperanza, y muestra que la muerte no es el último paso en la vida del hombre, sino que su espíritu vive y en Cristo encuentra la resurrección. Si tenemos fe y esperanza la muerte no nos dominará, no tendrá la victoria. Cuando muere su amigo Lázaro (Jn. 11, 35) Jesús llora, pues el llanto no es muestra de debilidad, ni muestra de desesperanza o falta de fe. El dolor de Jesús manifiesta plenamente su humanidad y que sufre en carne propia los estragos de la muerte de un ser querido. Pero, al mismo tiempo, Jesús eleva su oración al Padre y nos muestra el apoyo que hemos de buscar para superar el sufrimiento con la confianza en Dios, en Su Amor, en Su Redención. Y, de modo especial, Dios no quiso dejar al hombre solo en su dolor más profundo, por lo que se nos hizo cercano experimentando, por amor, el sufrimiento más profundo del hombre, tocando el dolor físico y espiritual que le hizo gritar en la cruz: “Dios mío, Dios mío ¿por qué me has abandonado?”. (Mt. 27, 46)

Además, hay un paso más que Jesús quiso dar: Él también quiso ser acompañado en su misterio de dolor. El relato en que se nos muestra al Cirineo cargando la cruz de Jesús es la expresión máxima del acompañamiento (Mt. 27, 32). Muchas veces en nuestra vida nos encontramos con (o somos) Cirineos que no pasan de largo ante el dolor y el sufrimiento, aunque no les toque directamente, porque quien sufre es nuestro prójimo, al que debemos ayudar a cargar la cruz, acercándonos con amor, bondad y apertura a quien sufre.

Ante la pérdida de un hijo, de poco sirven las explicaciones lógicas o intentar negar la tristeza que la pérdida supone. El único camino es acercarse al Corazón Misericordioso de Dios y poner nuestra esperanza y nuestra seguridad en Aquél que, no sólo decidió acompañarnos, sino que decidió sufrir para mostrarnos el camino, para cargarnos en esos momentos de profundo sufrimiento, y para darnos corazones cercanos que, como en el caso de ACOMPAÑA, se hacen Cirineos para caminar a nuestro lado.

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